Por Carlos García de Andoin, Coordinador Federal de Cristianos Socialistas, nos habla de como la globalización ha tenido como efecto una irrupción no prevista de la religión en la política, favoreciendo paradógicamente las formas fundamentalistas de las diferentes confesiones.
Carlos García de Andoin, Coordinador Federa de @CristianosPSOE
La crisis económica ha impuesto una agenda política bien distinta a aquella que marcó la pauta del debate político en España con el tránsito de siglo. Con la economía a todo tren, a caballo de la burbuja inmobiliaria, el programa socialista dejó a un lado la economía y la “vieja igualdad” para dotarse de nuevo contenido sobre la base de las demandas de la “nueva igualdad” de la sociedad postmoderrna. Aquellas propuestas contra las nuevas dominaciones, minoritarias en los 80, fueron calando gradualmente en amplias mayorías sociales. Me refiero a las reivindicaciones de los llamados “nuevos movimientos sociales” de los 80-90 (Offe, 1988): pacifismo, feminismo, liberación gay, solidarismo internacional -derechos humanos, integración de inmigrantes, cooperación al desarrollo, etc.- ecologismo, también voluntariado social y el emergente tercer sector... El desarrollo de este programa desde la acción de gobierno, en su fase inicial, conectó bien con la sensibilidad del cristianismo progresista. Sin embargo fue alejándose de éste por sus involuciones, por un anticlericalismo reactivo, por unos aires de progresismo superficial y estético y por un desplazamiento de la identidad socialista a nuevas “coordenadas post”. Entre estas una tolerancia con los valores del individualismo capitalista y consumista que contrastaba con la hipercrítica hacia la vieja religión. La relación entre socialismo y mesianismo –que no es algo negativo o peyorativo, al contrario, sin mesianismo no hay socialismo-, sufrió tensión, desafección y finalmente distanciamiento. Entre tanto, por la otra margen la defensa del pack “patria, familia y religión” iba amalgamando y solidificando la relación entre derecha y religión.
En este nuevo contexto de una política débil, el socialismo debe revisar su visión sobre el actor religioso. Las religiones pueden operar como un muro de resistencia frente al totalitarismo de la economía. Si algo caracteriza a la religión es su acontemporaniedad. El peso de la tradición, la referencia trascendente y la relevancia del factor antropológico la hace refractaria a los cambios culturales rápidos. Este carácter, que ha tenido y tiene aún efectos negativos en el caso del avance de la igualdad de género o de los derechos civiles, puede sin embargo cooperar positivamente, en la necesaria rearticulación de la sociedad civil y de la política frente a la devastación de la crisis. No es empresa fácil someter la religión a la “lógica del mercado”. Todo lo contrario, pues como dice Benedicto XVI en Caritas in veritate es la “lógica del don”. Las religiones pueden operar como muro de resistencia frente al nuevo totalitarismo que todo lo somete, el económico. Eso sí, a condición de que las religiones activen el lado profético y de compromiso histórico.
La crisis nos obliga a volver a los fundamentos, a las raíces, a prescindir de hojarasca y papel couché para quedarnos con lo esencial. Las religiones tienen aún reservas morales y espirituales para resistir el tsunami de la crisis, y para elaborar alternativas, que no debemos desaprovechar. ¿Será la crisis ocasión para un reencuentro del socialismo democrático con las tradiciones del profetismo religioso? La pregunta es pertinente, para unos y para otros.